El problema es que mi púgil no es precisamente un deportista consumado; no hace ejercicio, come cada dos o tres días, etc. Digamos que lo único que le alimenta es su irrefrenable pasión por las letras.
Habíamos oído muchas cosas de su rival, Gonzalo Escarpa: Que se entrena todos los días cuatro horas dando mandobles a pilares maestros, que su agilidad y su fuerza hacen temblar incluso a las cosas inamovibles, que una noche se deshizo de siete malhechores el solo, que levanta con un brazo las obras completas de Aristóteles, etc. Lo tenemos crudo, me dije, y opté por un programa de entrenamiento psicológico. Se trataba de conocer, amar y, por último, odiar al enemigo. Mientras “La Tanquetilla” golpeaba con saña el colchón de su cama, yo le susurraba “Mecagoentuputamadre” (poema que Gonzalo le regaló a Víctor en una tensa velada). Así ocho horas diarias los primeros días. Más adelante le fui gritando pequeños versos de su rival mientras le azuzaba con un palo en las costillas. Por un momento creí que mi púgil no soportaría el programa pero una extraña serenidad se fue adueñando de su rostro. Estaba “Separándose de sí” como dice en uno de sus versos y supe que era “duro en los bordes / como la tormenta de cinco minutos” según el mismo anticipaba en otro verso. Durante las sesiones aprendió a generar toda la ira que yo necesitaba para la victoria sin otra consecuencia visible que un ligero tic en el párpado izquierdo. Sin embargo, algo salió no salió como estaba previsto.
En uno de los pocos descansos que le permití durante aquel cursillo avanzado de odio-hacia-Escarpa, fuimos a tomar una cerveza. El camarero, al acercarse a la mesa, le rozó ligeramente con la bandeja en el hombro. Mi púgil, que andaba ensimismado, miró al camarero y temblándole el párpado me dijo: “c…conozco la poesía de este.. t…tipo, ac…acabaré con él”. Tragué saliva.
En otra ocasión, caminábamos mientras yo le insultaba soterradamente poniendo la voz de Gonzalo (era parte del programa) y se nos cruzó un niño de unos diez años que corría tras su balón. La Tanquetilla dejó de caminar, siguió con la mirada al chaval y me dijo con voz queda: “conozc…co la p…poesía de ese t…tipo, acabaré c…con él”. Me sentí como el piloto del Enola Gay al soltar la palanca de las bombas.
El día del combate, en nuestra esquina del cuadrilátero yo temía por la vida de nuestro rival mientras mi perfecta y engrasada máquina de odiar se limitaba a sostener una sonrisa helada y a golpearse repetidamente la sien con sus guantes cuando, de pronto, hace su aparición Gonzalo Escarpa, pausado, automático, la mirada perdida y (oh, virgen santa) un leve tic en su párpado derecho. Detrás, Diana, su entrenadora se mordía el labio como en un gesto de culpabilidad, como si algo se le hubiera ido de las manos.
La batalla es historia, todo el mundo la vio. Pero, ¿quién se acuerda ahora de mi púgil? Santo cielo, la última vez que le vi estaba masticando un libro de Blanca Andreu mientras trituraba un puñado de césped del parque de al lado. Sólo espero que le internen pronto y que no le den jamás de leer. Yo, por mi parte, creo que puedo tener un gran futuro en ciertas organizaciones internacionales.
Pablo Sánchez Herrero
Etiquetas: campeonato poetas pesados, poetas pesados entrenador
2 Comments:
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Mi nombre es Boruck Stein. Soy labrador de la palabra, práctico el verso de trastienda y maldigo a Dios y al cielo por dejar a la deriva a quien durante tantos años le honró en la comida diaria.
El motivo por el que me pongo en contacto con usted Sr. entrenador de oficio es para solicitar sus servicios en el pleito-contencioso que acabo de iniciar con Dios.
Quisiera alicatar mi puños con versos satánicos y maldiciones aviesas.
Me urgiría ponerme en contacto con usted para poner en marcha "los preparativos"
Abrazo
En tanto voy recopilando todo lo necesario para convertir a Dios en un títere tembloroso ante usted, vaya haciendo los siguientes ejercicios:
Hónrele no solo en las comidas diárias sino también entre horas. Haga esto siempre, ¡SIEMPRE! que pongan noticias por televisión. Por último, salga a ligar y si alguna mujer accede a acostarse con usted, sugiérale cantar a duo unas alabanzas a nuestro señor antes del acto.
Del resto despreocúpese.